¡VOTE POR MÍ!

¡Estoy feliz! He descubierto que puedo ser presidente y me siento tan emocionado que necesito compartirlo con alguien. Por suerte me di cuenta estando en Chile, porque es una lata (molestia) tremenda hacer los trámites de residencia y nacionalización. Así me lanzo con los papeles en orden. Además, según lo prueba la soltería de la actual presidenta, acá ni siquiera necesito buscarme a alguien como la glamorosa Michelle Obama, para que me acompañe en la campaña.

Prometo educación para todas y todos (nótese mi manejo del género políticamente correcto). ¡La única forma en que saldremos del subdesarrollo es apostando por la educación de calidad! En mi Gobierno, daremos becas para todas y todos (nótese otra vez). ¡Habrá salud a todo nivel y abriremos las clínicas privadas para los sectores más desfavorecidos! ¡Y empleo! ¡A nadie le faltará el trabajo!

Ahora, por favor, no me pregunte cómo. No sea latero (a) (aburrido o aburrida), mire que eso no lo explica nadie ¿Por qué yo? Si mi candidatura a la presidencia de América Latina (¿Por qué no? Si todos soñamos en lo mismo que Bolívar, no es prerrogativa de los tan de moda bolivarianos y bolivarianas).

Yo soy un político moderno, así que no me pida temas de fondo, ni mucho menos me presione para que le ofrezca detalles de mi programa de Gobierno. ¿No ve que necesito ajustar mi agenda para participar en los conciertos de los artistas que me adhieren? Y además, escuchar a mis asesores y asesoras para que me orienten cuál es el reality de moda para ver si logramos instalar un debate con mi principal opositor (que en el fondo es lo mismo que yo), justo cuando se de el repechaje, en momentos de la mayor audiencia. Todo esto se lo digo con una gran sonrisa en la boca, por supuesto, no vaya a pensar que no he aprendido que siempre hay que sonreír.

La clase política dice qué, pero nunca dice cómo, así que se me hace fácil sumarme, sobre todo ahora que estoy sin trabajo y en cada sitio donde escribo han tomado la costumbre de no pagar. Obvio, como a mí me encanta, esto no se puede considerar un trabajo. Así que decidí crecer de una vez por todas y dedicarme al “noble” oficio de gobernar.

De cualquier modo, y por fortuna, no hay movimientos ciudadanos en nuestros países que me obliguen a cumplir las promesas. Tampoco me preocupa hacerlo bien, igual ya no hacen falta líderes bien capaces: Para eso está el partido que, con alianzas incluidas, se encargará de elegir a mis asesores en diversos ámbitos y siempre queda la oportunidad de renegar de mi agrupación política y retirarme en mitad de mi mandato.

Otro beneficio: Me adjudico un sueldo de por vida y con eso me puedo dedicar libremente a contar historias y a fotografiar sin preocuparme de qué echar a la olla. ¿Qué es una motivación egoísta? ¿En que siglo vive? ¡Obvio!, un representante de nuestro tiempo difícilmente puede perder el tiempo pensando en el bien común. ¡Individualismo salvaje al poder! Pero otra será la consigna para la campaña y los medios de comunicación. ¿Le parece? Ya buscaremos algo que suene bien.

Pero bueno, como esta es una conversación privada, entre nosotros queda y de pronto se gana un Ministerio ¿Estamos de acuerdo? Es que de todos modos hace falta al menos desahogarse cuando uno toma este tipo de decisiones fundamentales en la vida.

Así que, usted señorita, señora y señor: ¡Vote por mí! No tengo plata pero la tendré cuando termine mi mandato. ¡Apoye mi candidatura! Verá que no le defraudaré y seré un fiel representante de nuestro tiempo –esto coherente con lo que pienso y estimo del tiempo que vivimos-.

De cualquier forma ¿Qué puede perder? Peor de lo que estamos no se puede. De pronto una persona así de desconocida logra lo que los otros no. Le podemos dar con el palo a la piñata. ¿O vamos a seguir escogiendo a los mismos y mismas de siempre? A la larga ¿No llevan demasiado tiempo perpetuando la dominación de estos mismos y las mismas? Ya es hora de que escojamos a alguien que se nos parezca y que esté igual de jodido que uno.

Si a la larga, digámoslo claro, desde que nos robaron la ilusión, los políticos y políticas de este nuevo siglo son el fiel reflejo de lo que el sistema deja que sean. Sólo hay que buscar un buen lugar que nos permita vendernos. Y para eso está la gente, para que nos voten y nos suba el precio. ¿Qué más puede perder?: ¡Vote por mí!

DICTADURA O SISTEMA ¿QUIÉN DIJO?

Me tiene bien cansado la teoría del terror. Me encuentro tan seguido con argumentos de corto alcance que confieso mi preocupación. ¡Será verdad que se propagó la epidemia con el virus que se come el cerebro?

Hoy tuve una charla con un chico español quien me decía que el sistema que impera en el mundo occidental no se puede comparar porque tenemos muchas más libertades que en una dictadura. Asumamos que se refiere a su referente más cercano: El régimen franquista (1936-1975). Aunque su frase lleve explícita una contradicción, me puso a pensar un poco. Sólo un poco.

¡Tan internalizada está la lógica del temor, de la amenaza, que hasta los más rebeldes (la juventud) asumen que sólo podemos optar por las alternativas que nos muestra el sistema? ¡Es asombroso! Si llegas a manifestar que no te gusta lo voraz de este sistema y lo macabro del ¡Sálvese quién pueda!, surge la respuesta inmediata: ¿Y qué quieres: Una dictadura?

¿Quién dijo que las alternativas son esas? Nos imponen un trazado de cancha dentro del cual movernos y de ahí, como corderitos, no salimos. Y obvio, elegimos lo menos malo: También dentro de lo que se nos ofrece.

Ese es el principal triunfo que tiene la maquinaria del mercado sobre nosotros. Nos impusieron un modelo de éxito, uno de democracia, otro de aspiraciones, de imagen, y cada uno es una tarea diaria que tratamos de conseguir. Nos hablan de individualismo, de competencia, de obtener cosas y de producir. Pero dentro del margen que nos impone el sistema como válido en estos ámbitos. No nos queda tiempo para pensar y menos para imaginar algo que se salga del esquema.

Si nos salimos del sistema y de manera individual optamos por el bien colectivo. Si aspiramos a una forma de producir conocimiento y empoderamiento (por usar un término empresarial) de cada individuo como un actor de cambio, el sistema se levanta autoritario y asoma las garras que tiene detrás de las rejas. Esas que no vemos pero sabemos ahí, y que por tanto consideramos más peligrosas y poderosas de lo que en realidad son.

Un mundo mejor es posible sólo si lo imaginamos y hacemos algo por conseguirlo. ¿Qué nos espera si no nos lo planteamos siquiera? Cambiar el mundo que habitamos, que sea más justo, que haya igualdad de oportunidades, que la posibilidad de crecer humana, intelectual, filosófica y espiritualmente, no esté mediado por le número de ceros que tenga la cuenta del banco. Todo eso, depende de nosotros. Pero hay que concebirlo como posible y visualizarlo como objetivo. Si eso no está en nuestra mente y menos en nuestros corazones, definitivamente la batalla está perdida.

¿A quién le cabe en la cabeza que la justicia y el hambre sean necesarias? ¿Quién afirma que un mundo más equilibrado no es más deseable que el que habitamos? Pero también: ¿Quién está dispuesto a hacer lo que debe para que lo logremos?

Que se acabe el hambre. Que haya solidaridad y justicia y que ambas no se expresen en forma de limosnas. Que exista la posibilidad de educación para todos quienes quieran acceder a ella. Que tengamos acceso a la salud y que las personas no se mueran en sus casas porque no tuvieron dinero para el bus que los lleve a un centro de salud o menos para los medicamentos.

Que en ese centro de salud nos traten bien, sin importar si hay o no para pagar por el servicio. Que importe más la vida de los la gente que lo que reciban por salvarla. Que las naciones se preocupen de los seres humanos.

¿Es muy disparatado desear eso? Pero obvio: Es más cómodo decir que eso es utópico. Que es imposible. Que mejor nos quedamos de brazos cruzados porque debemos producir. Ser funcionales al sistema es mejor. Para que no nos miren como bicho raro. Para no resultar incómodos. Es casi como temerle al ridículo y al qué dirán y nos inmovilizamos aun a costa de nuestra conciencia, que se duerme, que se anestesia.

Si uno no es capaz de cambiar, es incapaz de crecer, eso es lo que nos hace este sistema y nosotros entramos en el juego con cada paso que dejamos de dar, con cada pelea que evadimos por comodidad. Asumimos que no es posible cambiar y nos quedamos sin hacer nada. ¿Eso a quién beneficia? ¿O a qué?

EL cambio comienza por uno mismo. Hay que transformarse y creer en uno mismo. Hacer conciencia de qué es lo que quiero modificar en mi interior, para mejorar mi entorno inmediato. Mirar a lo lejos y tratar de ver el mundo que quisiera habitar. Observarlo con calma, y salir a su encuentro.

Allá lejos, está el mundo que soñamos. Un mundo que no tiene nada que ver con las ofertas que nos ofrecen en los aparadores del mercado. Uno que está por construirse y que espera por sus constructores. Hay que creer en él y no renunciar al viaje antes de hacer el esfuerzo por alcanzarlo. Bueno, al menos eso es lo que pienso yo.

*Periodista. Viajero desde 1995 de países como Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. Ha vuelto a radicarse en Chile desde diciembre pasado. Sus debilidades: derechos humanos y a la información.